Sumario: | Contra los efectos de la «conciencia desdichada» que Hegel resaltara, pero que han estado bien presentes en todo el pensamiento y la sensibilidad occidentales desde las controversias sobre la gracia y la libertad del siglo V, hay que sacar de nuevo a plena luz la tradición teológica galorromana a fin de compensar la influencia de la tradición africana de Agustín. En este marco destacan tres nombres: Ireneo de Lyon, preocupado por la gloria del hombre; Hilario de Poitiers, defensor de la filiación divina del hombre, y Cesáreo de Arlés, que declaró el anatema sobre la predestinación al mal. Emerge aquí la base de un humanismo cristiano en plena conciencia.
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